Comentario
Otra gran pieza del arte budista es la Chaitya de Karli (a 55 km de Poona, Maharashtra), excavada a cien metros de altura en la pared vertical de la colina de Karla (Ghats Occidentales).
El monasterio budista de Karli, consistente en una chaitya y tres grandes viharas rupestres (hay otras cuevas menores de escaso interés), se terminó en el año 124 d. C. bajo el mecenazgo de la dinastía Shatavahana. El origen de las cuevas puede remontarse al siglo II a. C., no así la chaitya, cuya primera datación es posterior al año 100 a. C.
Presenta un gran valor histórico gracias a las numerosas inscripciones (principalmente en la fachada), que documentan la rivalidad entre los Shatavahana y los príncipes locales (Kshaharata), o las cuantiosas donaciones de los fieles budistas como la del banquero Vaijayanti y la del perfumista Dhenukakata; también aparecen algunos nombres de yavanas, extranjeros procedentes del Próximo Oriente que se habían establecido en India como comerciantes.
Esta chaitya es famosa por ser la mayor (41 m de largo por 15 m de ancho y 15 m de alto) y la más bella de toda India, gracias a su perfecta combinación de pureza de líneas arquitectónicas y sobriedad decorativa aunque, como veremos a continuación, la decoración diste mucho de lograr el ambiente cisterciense que caracterizaba a la chaitya de Bhaja.
La fachada (hoy semiderruida) presentaba un amplio pórtico (5 m de profundidad por 14 m de anchura y 15 m de altura) que se adelantaba sobre dos enormes pilares octogonales; probablemente la estructura exterior fuera de madera, pues quedan en la fachada muchos agujeros y muescas para embutir vigas que soportarían una balconada. La parte superior del pórtico conserva la galería destinada a los músicos (nakkarkhane).
Todo el pórtico está decorado con exuberancia: seis elefantes de tamaño casi natural con colmillos de marfil y adornos de metales y piedras preciosas (nada de ello queda en la actualidad, salvo los orificios para el engarce e incrustación) soportan las numerosas balconadas de kudú que, a manera de pisos, se superponen hasta el techo estructurando horizontalmente toda la decoración escultórica del pórtico. Desde alguna de estas balconadas superiores parejas humanas (mujer-hombre) dan una alegre bienvenida al visitante, aunque la decoración figurativa ocupa sobre todo los muros inferiores más cercanos al fiel y los dinteles y jambas de las tres puertas que permiten el acceso al interior.
Las parejas, esculpidas en altorrelieve con gran maestría técnica, sobrepasan el metro de altura y, con un sólido asentamiento y su expresivo volumen, son otro buen ejemplo del carácter hiperplástico de la escultura india. Forman un grupo de seis profundas hornacinas, cada una con una pareja principesca semidesnuda y ataviada de forma lujosa; las mujeres llevan cinturones de perlas y faldas de gasa, tan fina que sólo se adivina a través de los bordes rizados esculpidos con gran delicadeza; los hombres llevan turbantes con penachos muy sobresalientes (un tocado que no sobrepasará el siglo II d. C.). Ambos llevan pendientes, sonríen y adoptan una postura relajada de abrazo o apoyo mutuo.
Aunque se les suele identificar como príncipes donantes, su fuerte sensualidad les acerca a una iconografía erótico (mithuna) o, más probablemente, a una nueva y original interpretación de los genios de fertilidad (yakshis y yakshas) que aparecían en Bharhut y Sanchi.
Intercalados desordenadamente con las hornacinas aparecen algunos paneles escultóricos de peor calidad, que fueron añadidos en el siglo VII d. C. por la ya pobre comunidad de monjes que hubiera sobrevivido a la decadencia del budismo y al abandono de las cuevas. Lógicamente, estos relieves muestran imágenes de Buda y de bodisatvas en un estilo postgupta.
Traspasando cualquiera de las tres puertas (meros vanos adintelados) el visitante penetra en un espacio fantástico, bañado por la luz mística que penetra por el gran arco de kudú de la fachada y estalla en la stupa. El espacio arquitectónico es muy homogéneo a pesar de que todas sus partes y elementos aparecen bien diferenciados: una nave central, más ancha y alta, separada de las dos naves laterales (más angostas y bajas, cubiertas por bóveda de medio cañón) por una espectacular columnata que soporta una bóveda de kudú; al fondo de la nave central se destaca la stupa.
La stupa es un gran monolito esculpido in situ que todavía conserva el yashti y un gran chatravali originales en madera de teca, que traduce mejor que la piedra el aspecto de las sombrillas que se colocarían sobre las stupas primitivas. El anda (bóveda celeste) se eleva sobre un doble medhi (altar terrenal), que presenta en relieve dos empalizadas simulando una doble védika. A media altura, algunos agujeros habrían servido para incrustar teas o vástagos de los que colgarían guirnaldas y otras ofrendas.
Ninguna decoración altera su simple y poderoso volumen; esta stupa sigue presentando la austeridad del budismo hinayana. Tras cinco siglos de evolución desde que apareciera en el siglo III a. C., tan sólo un elemento revela cierta innovación: un cuerpo escalonado de cinco pisos (a modo de pirámide truncada invertida) se eleva sobre la harmika potenciando la altura del yashti. Este cuerpo escalonado aparece también insistentemente por toda la chaitya, bajo los soportes a manera de basa y sobre los capiteles a manera de ábaco; aunque necesariamente tenga alguna explicación ritual, no se ha podido aclarar su aparición en Karli.
La bóveda de kudú cubre toda la nave principal y recoge la stupa en el fondo del ábside, evocando la relación instintiva entre la sacralidad y lo recóndito de la montaña, que inspira la arquitectura rupestre india. La bóveda se compone de una sucesión de 31 arcos de kudú, esculpidos en la roca pero forrados con madera de teca. Como siempre, aunque imita la estructura de madera y el comportamiento de sus elementos leñosos, los arcos flotan, es decir, no se apoyan en ningún tipo de soporte.
Sin embargo, son precisamente los supuestos soportes lo más espectacular y original de la Chaitya de Karli. Separando la nave central de las laterales hay un total de treinta columnas ricamente decoradas: una basa escalonada eleva una gatha (caldero), que en la arquitectura en madera servía para aislar la viga de la humedad y de los insectos; de nuevo observamos cómo la arquitectura excavada repite el lenguaje lignario, aunque los soportes de Karli hayan perdido la inclinación que caracterizaba a los de la Chaitya de Bhaja.
El fuste, de sección octogonal, se yergue recto hasta el capitel, en forma de flor de loto invertida; sobre ésta, un ábaco escalonado sostiene una pareja de elefantes, montados a su vez por una, dos o tres personas, siendo lo más frecuente una pareja de hombre-mujer, aunque también aparecen dos mujeres o, incluso, un hombre con dos mujeres. Todos van adornados como príncipes y se muestran felices en actitudes desenfadadas. Dan la impresión de una festiva procesión que acude a presidir el ritual budista. Curiosamente, las monturas que miran a las naves laterales son caballos en vez de elefantes; quizá sugieran la menor importancia de estas naves de circunvalación, destinadas al fiel, con monturas menos prestigiosas. Otro aspecto a resaltar es el hecho de que los siete soportes que, detrás de la stupa, forman la girola no presentan ningún tipo de decoración, aunque mantienen la sección octogonal de los fustes.
La Chaitya de Karli es un ejemplo extraordinario, por tardío cronológicamente y sin embargo espléndido artísticamente, de budismo hinayana y de estilo Andhra, pues se realiza durante un período histórico-artístico en el que el resto de la India budista se está subiendo al carro del mahayana potenciado por los invasores Kushana. Es pues la última gran pieza in situ de arte budista hinayana.